5.25.2006

Deus Ex Machina

Clausurar al mundo. La idea no es nueva sólo es reformulada por cada generación. Amenazante y furiosa se asoma la crítica a la hiperrealidad con los tonos que todos conocemos bien, ésos de una generación que se rehúsa a aceptar que el mundo no les pertenece sólo a ellos. Cada vez que se escucha a alguien quejarse con alarma de las nuevas costumbres o el rumbo que toma el mundo hay que esperar un poco más para saber qué es lo que quiere averiguar "¿El mundo está cada vez peor o me estaré volviendo viejo?"

Con la lógica del muestreo estadístico un hombre en un café identifica y cataloga un momento en la historia, procede con ayuda de todas las experiencias de su vida a juzgar "el estado actual de las cosas". Extraña el mito y el simbolismo de las épocas que no le tócó vivir y de las que sólo puede estar enamorado, mientras que repudia el histérico impulso moderno de recrear la realidad en modelos informáticos, las transmisiones en tiempo real y alta definición. Ve un apocalipsis, mas ¿Por qué culparlo? para él el mundo efectivamente terminará. Sólo basta verlo intentar programar su videograbadora para saber que es alérgico a las herramientas que la modernidad le ha llevado a casa.

Padece también otros síntomas, cree que "si las cosas siguen por el camino en que están" el resultado no puede ser bueno. Cree que el "relajamiento moral" es nuevo. Cree que las nuevas generaciones no han inventado nada. Pero no cree que se haya convertido en su propio padre.

Ahí está de nuevo la clausura del mundo. El recíproco repudio entre virtualidad y realidad. Revisitaremos una antiquísima y, al parecer, interminable discusión, realidad y ficción; la gente comienza de nuevo a pensar de qué se compone cada una para saber cuál vencerá en la inevitable batalla que terminarán enfrentando. Como cada vez que se reinventa el tema, sustituimos los ingredientes; nos deshacemos del psicoanálisis y en su lugar colocamos a las neuronas espejo como las programadoras de nuestro destino. La ruptura que iniciará la tragedia no será más lo absurdo de una vida ineludible, será una alienadora autosuficiencia adquirida y comunicada por fibra óptica. Será, a fin de cuentas, otra moda, otra Edipo, Hamlet, Fausto, Godot, Peste que termine con un dios saliendo de la nada para resolver el asunto; porque ese recurso último, por ello mismo divino, puede cambiar de nombre, pero se reconoce por su efecto. La inevitable intervención divina que es anunciada por el profeta, por el extranjero invasor, por el humilde servidor de dios, por la espera inexplicable y por la necesidad de no esperar más.

2 comentarios:

Salvador dijo...

Lee la conjura de los necios de Toole, te va a gustar.

ecasual dijo...

Muy interesante y cierto, aunque también lo es que a fin de cuentas todo cambia para no cambiar. Saludos.