9.22.2006

"Entrecomillado"

Hay entre nuestros conocidos quienes tienen facilidad de palabra. Hay quienes incluso entienden el lenguaje que hablan. Para el resto de nosotros quedan las comillas.

Cada que una idea en nosotros se reconoce enunciada por otra persona aprovechamos las palabras ajenas y, con sólo dos signos de puntuación, nos desembarazamos de nuestra falta de elocuencia o de talento.

Las comillas nos persiguen más allá de la palabra escrita. Nada hay más molesto que presenciar a alguien levantando ambos brazos, usar dos dedos de cada mano y asentir con el cuerpo cada sílaba de la frase que, "entre comillas", dicen. Pero si somos justos habremos de aceptar que esto de hablar es un asunto bien complicado, las palabras poseen significados y sentidos distintos y las comillas son más fáciles de usar que, digamos, una perífrasis verbal.

Escuchamos el tono irónico con el que la gente se expresa y es como si pudiéramos ver las comillas salir de su boca y posarse al lado de las palabras que enuncia: "amigo", "comida", "etc". Pero la atrofia del verbo alcanza sus mayores cimas en las indirectas, en lo que se dice en voz baja o cuando queremos dar a entender lo contrario. Entonces, las comillas, igual que la "H" enmudecen, pero permanecen ahí casi imperceptibles y con la arrogancia autosuficiente del único vehículo que sirve para decir algo sin decirlo. Agradecidos a éllas las reconocemos incluso en las lápidas, en las bodas y en los nacimientos. Porque no podemos hablar de esos momentos de los que no son testigos sin verlas escritas resignificando nuestra memoria, ese primer "te extraño", "te amo" y "qué perra suerte".

1 comentario:

Sofía dijo...

"¡muy buen post, Quino!"


Jaja, broma.